viernes, 22 de noviembre de 2013

La muerte de dios. Día dos.

Alan Trejo
No sabía que el sol de una mañana de otoño fuera tan ardiente. El ver un día así de brillante era alentador; tal vez todo lo que pasó fue una pesadilla. Por la ventana podía observar a las personas pasar a gran velocidad, hacia quién sabe donde. Era el último día de la semana mortal, nada fuera de lo eventual. Tomé mi café y mi pan, cogí un libro que estaba leyendo --"La caída", creo yo-- y salí a la calle. Veía a todos pasar pero a nadie podía mirar. No importa, me dije, mejor camina y veamos qué pasa.

Las diez de la mañana y veo a mis amigos en donde siempre. ¿Han notado algo raro? No, nada fuera de lo eventual... ¿Hiciste lo que te pedimos? Claro, tengan. A ellos los veía como si nada, pero seguía mi delirio de que algo estaba pasando, de que ninguna de las cosas que sucedían eran normales. Me despedí de ellos, alegando indisposición y cansancio. (Cosa cierta, realmente estaba agotado.) Decidí caminar por todos lados tratando de buscar respuesta a cuestionamientos que desde ayer me estaban agobiando la mente. ¿Realmente estás bien? No sentía nada, sólo cansancio y extrañeza. ¿Qué era lo que pasaba?

El día andaba muy rápido y el sol ardía cada vez más. Sentía quemar cada poro de mí que mejor paré en una banca, bajo el amparo de un gran árbol. Dentro de mí algo quebró y se desbordó. El dolor era insoportable y las lágrimas y los quejidos salían, sin poder yo hacer algo por detenerlas. ¡Duele! ¡Duele! ¡Dueeeeeele! ¿Qué era lo que estaba pasando? Entre ese mar de lágrimas pude ver ciertas imágenes tan perturbantes que estallé cada vez más en quejidos. Sólo escuchaba a una voz, suave y dulce, diciendo cosas ininteligibles, pero que estremecían a todo mi ser hasta hacerme caer en el suelo... y ahí me quedé.

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Alan Trejo / Author & Editor

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