viernes, 22 de noviembre de 2013

La muerte de dios. Día uno.

Alan Trejo
...y de repente las nubes se oscurecieron y el sol ya no brillaba. ¿Qué hemos hecho? ¿Acaso sí maté a dios? No sabía qué hacer. La lluvia empezó a ahogarme lentamente. ¡Corre! Pero fue imposible, cada paso era una tortura, un cuchillo penetrando mi costado lentamente hasta llegar a mis entrañas, girando suavemente de un lado a otro y sintiendo la sangre salir agónicamente de mi cuerpo.

Eran las cinco de la tarde y el sol ya se había ocultando. Nadie estaba. Sólo había rastros de sangre y un vestido. Me revisé: la herida desapareció. Estaba vivo, no había ninguna duda, pero no escuchaba el latir de mi corazón, sólo sentía la húmeda tierra en mis manos y ganas de irme de ahí. Llegué a mi casa, tranquilo, sin ninguna emoción en especial, únicamente el cansancio de una jornada de trabajo, ansias de probar bocado y de hacer las notas del día.

Las nueve de la noche y la quietud de la ciudad me preocupaba. Era extraño. Aunque un jueves por la noche no es muy concurrido, no era normal el simple sonar de los solitarios grillos como telón de la oscuridad. Me quedé callado esperando escuchar algo más. Nada. Dejé a un lado mi cuaderno y decidí tratar de dormir, buscando explicación de toda esta extrañeza.

About the Author

Alan Trejo / Author & Editor

0 comentarios:

Publicar un comentario