Los
cielos cambian de color mientras usted baja la mirada al suelo. Uno, dos,
setecientos, ochenta seis mil. El tiempo pasa por Balderas y usted sigue con la
mirada al suelo, y su vida se pierde entre la multitud una y otra vez. Recuerde:
la limpieza es un aspecto importante. Si de casualidad, entre tantas horas de
esclavitud sin sentido y filas los cinco de cada mes, encuentra trozos de su
corazón debajo de los escombros de tantas botellas, pásele un trapo y empéñelo
con la persona del piedad, o del comercial mercantil, o del norte, o del bar de
su preferencia. Trate de regatearle algo de cariño por unas cuantas noches de
amor vacío y del ridículo miedo a que no haya quien lo detenga de dormir en la
mitad fría de la cama. Mas no incluya los recuerdos, las memorias de las
sonrisas y las peleas, y de los besos y los golpes, y del amor y el rencor, y
de las aventuras hechas fotos, y las fotos hechas pedazos, y los pedazos
volando por la ventana hasta esfumarse en los bosques de esmog, balazos y
pitidos. Nadie le va a querer comprar lo que ya está muy dañado.
Cada
vez que pase por Balderas y su vida se pierda de nuevo entre la multitud, sólo
recuerde que para saltar la cuerda únicamente necesita un buen brinco y
motivación. Eso sí, procure no comprarle la cuerda a los chinos. No se vaya a
ir de hocico y para qué le digo. Ahórrese otro error más.
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