Conformismo.
Siempre será así, todo. Nada cambiará; todo sigue igual. Hace 10 años ese árbol estaba ahí, igual que ahora... y podría apostar que pasará otros 10 años ahí, sin moverse a ningún lugar. Desde que nací he sido yo, no recuerdo haber sido otro. Quizás sea más viejo y arrugado, pero sigo siendo yo y eso no ha cambiado. El agua no ha cambiado su sabor desde que empece a tomarla, la tomo todos los días y sabe a lo mismo, a agua. Las cosas aquí no cambian y eso está bien, por que el cambio es peligroso y, en lo personal, a mi me da miedo el cambio.Julieta.
Ella era una chica como cualquier otra, solo tenía algo diferente: Los ojos más brillantes y hermosos que he podido ver, la sonrisa más clara y sincera que he tenido el honor de presenciar, los dientes más blancos que la nieve de invierno, el cuerpo más bello que ninguno otro visto, la voz más melodiosa que cualquier canción y el beso más dulce que cualquier miel. Pero además de eso, ella era una chica normal.
Un cálido beso.
Su sangre corría por mis dedos y mi boca, nunca hubo sangre más dulce que esa. Era una mujer de veinti tantos años, con unos pechos deslumbrantes y unos labios, anteriormente, rojos como la más roja de las manzanas. Pero de esos labios rojos solo había una triste sombra, con mi beso había robado su color y ahora se tornaban grisáceos, mientras yo escapaba por su ventana.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos aquí? —Para serte sincera, no lo recuerdo. —Es cierto, solo te he invitado en sueños. Acompáñame, sé como termina esto.
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